Entre que estos día hemos tenido el puente de todos los santos y no dejo de leer frases en redes sociales del tipo “a mí no me importa cómo vayan vestidos los políticos” me he venido arriba y he decidido escribir este post.
San Ignacio era, entre otras cosas, un gran estratega militar y, cuando fundó la Compañía de Jesús dejó en ella su marcada impronta.
Como ya he dicho sabía qué se traía entre manos y, a pesar de ser un heraldo de la santa indiferencia, conocía la importancia de comunicar con la imagen. Vamos, que no le era indiferente.
Los que vivimos en estos tiempos nos creemos los descubridores de la comunicación a través de la imagen, pero esta es importante desde que el hombre es hombre y le funcionan los cinco sentidos.
Cuando San Ignacio habla de “Indiferencia” no lo hace en el sentido de apatía, pereza o dejadez o “a quién le importa”, “me importa poco”, “¿y qué…?”. Por el contrario, “santa indiferencia” realmente significa una apertura total a “la voluntad de Dios”. Es decir, es un despego de nuestro propio ‘querer’, ya que, como diría Dante “en su voluntad está la paz”. (Ejercicios Espirituales # 23)
Creo que esto es aplicable a la tolerancia, que no es que te importe un pepino lo que haga el otro sino que te abres al respeto y eso te provoca paz. Esto es porque no te aferras a que tu manera de ver las cosas es la única buena.
Él se dio cuenta del gran valor y la diferencia entre cada ser humano. De lo importante que es saber cómo acercarse al corazón de los demás y comunicarle aquello que queremos. Por esta razón los jesuitas visten sobrias sotanas negras que los acercan al pueblo y les dan una imagen de pobreza y austeridad. Pensemos que eso fue una auténtica revolución entre el clero de la época.
Es cierto que la imagen no es lo más importante pero como dice un refrán español “la cara es el espejo del alma”, o al menos es lo primero que vemos.
Si un político lleva corbata, chaqueta o va en chanclas y pantalón corto, eso no tiene porqué ir ligado a su gestión, pero nos envía mensajes acerca de él.
Nos guste o no, todos estamos condicionados por nuestros sentidos, lo que vemos, sentimos, lo que nos gusta o no, y nuestra educación.
Está claro que la política es comunicación; no basta con tener un buen plan, hay que ser capaces de “venderlo” y hacerlo con soltura y alegría.
No se trata de hacer que los políticos sean todo un icono en el mundo de la moda más actual, sino que sean cuidadosos con la imagen que vayan a proyectar en la sociedad ya que, a fin de cuentas, más de la mitad del discurso que quieran transmitir será vendido gracias a la comunicación no verbal que desprendan y, en ella, uno de sus pilares fuertes es la imagen. La imagen puede hacernos sentir bondad, respeto, credibilidad, cercanía, cambio e incluso empatía.
Decir que no te importa la imagen de un político es como decir que la belleza está en el corazón. Es muy bonito, pero está lejos de la realidad. Desgraciadamente la mayoría de los mortales, al menos de entrada, somos influenciables a través de los sentidos; como decía Patricia Centeno en su libro “Política y Moda”, “con una buena imagen se puede vender una mala idea, pero con una mala imagen es imposible vender una buena idea”.
Es importante saber qué se quiere proyectar y es importante saber proyectarlo. Son indivisibles. Y qué se debe hacer para construir una imagen, reputación, para proyectar:
1. Pensar qué quieres que otros recuerden de ti. Un mensaje que genere impacto en los otros.
2. Analiza tu audiencia. No todos procesamos igual las cosas, busca cómo impactar de la mejor manera, considera a quién irá dirigida tu comunicación y adáptala.
3. Sé congruente, porque muchos ojos te observan, es inevitable. Y si te equivocas, rectifica y sé congruente. (Que conste que me he repetido adrede, para que quede claro)
“El ojo que tú ves no es ojo porque tú te veas, es ojo porque él te ve” Antonio Machado.
Otro dia Flor, conjugame lo dicho aqui con “las formas”como afecta a nuestra esencia. Gracias,